miércoles, 18 de julio de 2012

4. Dictadura.



Ya habían pasado unos meses, pero no recordaba exactamente cuántos. Había vuelto al internado y así comenzó otro curso de tortura. Me situaba a unos kilómetros de la casa de mi abuela. Todo estaba rodeado por una arbolada frondosa, aunque a la entrada del centro, había un jardín celosamente elaborado. Era lo único que agradecía del lugar, sus exteriores. Aunque tenía un patio interno también con césped y algunos árboles, que es dónde hacíamos los recreos y los descansos. Sin embargo, ese patio estaba limitado por paredes y no me llegaba a gustar. Allí me sentía atrapada. Pero siempre conseguía burlar la vigilancia del centro por la noche, y escapaba hacia el bosque. Como un animalillo nocturno, recorría los suelos cubiertos de hojas y raíces, pasaba las manos por la corteza de los árboles y escuchaba el silbido de las hojas.
Por si acaso, después de aquello que ocurrió en el sótano no quise volver a usar el habla. Era probable que soltase algo en aquel idioma tan raro. Pero como no hablaba, los del centro me llevaron al psicólogo que allí mismo trabajaba. Resulté muy repelente, rebelde y maleducada, según él. Intentó todos los medios, pero no solté ni una palabra. Probaron a dejar sin comer y sin beber. Pero yo era mucho más astuta y escurridiza. Aunque comencé a ser el punto de mira en todo el centro, lograba escaparme por las noches a la cocina y allí comía lo justo como para no pasar hambre, pero sin dar pie a posibles sospechas. Tal y como me enseñó Mimí. Pero no lograron que hablase de nuevo.

Pronto, comenzaron a surgir sospechas, con las que llegaron las temidas cámaras de seguridad. Me llevó una semana averiguar la forma de acceder a la cocina sin ver vista. Calculé cada cámara que había, el tiempo que me daban al moverse, y así sucesivamente. 

Todas las noches comía en el bosque a oscuras. En aquel bosque, me encontré por primera vez con otros gatos. Parecían tener hambre y ser salvajes o vagabundos. Yo les repartía la comida y así me ganaba su confianza. Supusieron una compañía agradable, pero en ocasiones estorbaban. Yo practicaba con el cristal, para investigar un poco más sobre él, y cuando había luna llena me lo pasaba en grande. Ya que la luna llena aumentaba su poder. Incluso pude flotar como el cristal al pedirle poder volar. También, entrené y comencé a hacer cosas inimaginables con el cristal. Quemaba cosas, las mojaba, las enterraba, las elevaba por los aires. Pero no fue un resultado glorioso ni extraordinario, sino que fue bastante simple. Aquello fue lo más básico. Aunque también aprendí a teletransportarme. Primero fueron unos centímetros, que con la práctica fueron a más. Ese método me facilitó más tarde la entrada a la nevera de la cocina y la entrada al bosque sin ser vista. Me sorprendió el poder de aquel cristal. Al utilizar un fragmento de Karshia, también me veía expuesta a peligros. Sin embargo, con mis avances me veía lo suficientemente capaz como para acabar con todo aquello que se pusiera por delante de mí. Ya era invierno y me sentía lo suficientemente capaz de hacerle frente al Lakedo. Incluso, en alguna clase, cuando se han reído de mí, he podido devolver la risa en modo de venganza. Como en aquella clase de Historia, dónde la tiza que me iba a lanzar una de mis compañeras a la cabeza, hizo efecto boomerang. Tuvo que ir a la enfermería, pero no pude evitar curvar las comisuras de mis labios. Era muy huraña, pero no podía evitarlo. El contacto con los humanos se me hacía muy agrio desde que conocí a mi abuela. 

Añoraba mucho a Mimí. Su ausencia me caló como un chaparrón los primeros días. Después, con las nuevas experiencias mágicas, fue menguando. También la añoré cuando aparecían los gatos desconocidos a hacerme compañía y comer de mis sobras. Esos gatos resultaban mucho más ruidosos, molestos, ariscos, e incluso locos. No eran comparables a la agradable compañía de Mimí, su astucia, y su refinada forma de moverse por la casa.

Con el tiempo, mis compañeras de habitación se habituaron a mis modales. Sus nombres eran Ashley, Jennifer y Alice. Ese año me había tocado con las tres víboras más peligrosas del internado. Les hacían la vida imposible a todas las demás, y yo no iba a ser menos, estaba segura. Por eso mantenía las distancias con ellas. Sin embargo, lejos del miedo que le tenían las demás, me parecieron unas chicas bastante normales. Incluso, tenían un buen trato conmigo. O al menos, lo intentaban. 

-Oye, sé que es duro para ti, perdiste a tus padres y…Bueno, ¿Te apetece unirte a ver una película con nosotras?-Quiso saber Alice. Pero no llegó a oír ni una sola palabra, simplemente me incliné para mirarla.- ¿Te suena “un paseo para recordar”? Seguro que te gusta, ¡anímate a verla! Tenemos palomitas. Está empezada, aunque…

-Déjala.-Gruñó Ashley.-Vamos a verla nosotras.

-Pobrecilla, ¿crees que de verdad se quedaría muda del shock?-Comentó por lo bajo Jennifer, pero pude oírla perfectamente.

-Eso fue hace años.-Le recordó Ashley.

Yo me quedé al pie de la ventana, contemplándola pacientemente. Esperaba el momento en el que cayeran dormidas para escapar como el rayo hacia el bosque. Ya era invierno y se acercarían las nevadas muy pronto según la radio de la cocina, la cual alguna noche encendía para informarme del mundo allí fuera. 

Allí fuera a lo lejos, imaginaba cosas. Algunas veces,  dragones. Otras, caballeros enzarzándose en una batalla épica. Y para qué negarlo, aunque yo era ciertamente arisca, alguna vez parecía que veía a un chico. Cabellos enredados del color del sol y una bella sonrisa que robaban mi corazón desde lo bajo. Por alguna razón, esas imaginaciones me frecuentaban. Y es que, jamás había visto un chico de mi edad. No tenía vecinos jóvenes donde vivía con mi abuela. Tampoco podía verlos en el internado de señoritas. Tenía una curiosidad interna que acrecentaba con cada año que pasaba. Sobre todo, la curiosidad de experimentar aquello que llaman amor. Imaginaba que algún día escaparía con su ayuda. Pero sabía que todo aquello, lejos de ser real, era totalmente imaginario.


Además, ahora que tenía el cristal, no tenía problemas de escapar. Pero no se me había pasado esa posibilidad por la cabeza. Aunque si escapaba, ignoraba el destino al que dirigirme. No conocía más el internado y la casa de mi abuela. Algo más allá de los alrededores de ambos, pero nada más. Y si me encontraban, la regañina iba a ser algo más que eso. Mi abuela me cortaría la cabeza por el bochorno que pasaría ante la mirada y los rumores de las demás. Tendría que irme muy lejos. Y eso dignificaba dejar muchas cosas atrás. Entre otras, Mimí. Y a Mimí…La añoraba. No, definitivamente si tenía que vivir mi propia aventura, llevaría a Mimí conmigo. Así, la liberaría a ella también y a su espíritu emprendedor.

En el cristal, se reflejaba la película, en una bella escena romántica. Los dos protagonistas fundiéndose en un beso tan tierno y dulce que en algún hueco de mi alma se me cayó el mundo encima. No eran celos, pero sí tristeza. Estaba acostumbrada a la soledad. Pero, últimamente eso había pesado mucho en mí. No me había traído más que problemas encerrarme en mi mundo de fantasía. 

Ahora observé mi reflejo en el cristal. Tan sola, demacrada, tan angustiada…Quizás no debía seguir siendo aquella niña de siempre. Mi cuerpo pedía un cambio. Ya se estaba formando físicamente y decidí que era hora de un cambio interno también.
Las miré. Allí viendo la película tan felices y unidas. Era un vínculo tan parecido y comparable al único que yo recordaba, al de Mimí. Mi corazón dio un vuelco y sentí la necesidad de acudir con ellas, a ver aquella película. Solo por descubrir, después de tanto tiempo, la calidez de las relaciones humanas. Tanto tiempo, que se remontaría a cuando perdí a mis padres.


-¡Hey! Has decidido unirte… ¿Quieres palomitas?- Preguntó Alice ofreciéndome el bol lleno de palomitas. Llevaba oliéndolas todo el rato y no dudé en aceptar su suculento aroma. Crujientes y saladas. No las comía desde hacía años. Ashley pegó un bufido dándose a notar bastante molesta.

Aquella noche no bajé al bosque. Me quedé rendida en mi cama. Dormí tanto como no lo hacía antes. Y las palomitas evitaron la necesidad de bajar a comer. 

Gracias a Alice, que habló con la directora, y a su influencia como buena estudiante, consiguieron hacer que me devolviesen mi ración diaria de comida. Prometió conseguir devolverme el habla. Lo agradecí mucho, pero aún seguía sin decir ni media.
No pasaron ni dos días, y aquella felicidad aumentó de forma considerable. Era como la medicina que tanto estaba esperando. No obstante, yo noté desde el principio que había alguien que no estaba de acuerdo con mi incorporación a su grupo-El cual incluía a tres chicas más que no compartían nuestra habitación: Cloe, Nana y Mandy.- y ella era Ashley. Todas las demás fascinaban conmigo, algunas a su manera, pero pensé que aquella era su forma de reírse entre amigas. 

Alice supuso un gran apoyo. Tanto, que llegué a olvidarme de Mimí y empezó a gustarme mi estancia en aquel internado. También se me fueron los pájaros de la cabeza con todo aquello del cristal y los seres mágicos. Lo dejé pasar. Apartado en un montón. Jamás había visto ningún ser mágico y posiblemente todo aquello era un cuento combinado con mi imaginación de niña. Ahora que estaba descubriendo la felicidad, ignoré ese mundo. Comprendí que era mucho mejor madurar, dejar las niñerías atrás. O al menos, las dejaría atrás solo hasta las primeras nevadas, que estaban tardando bastante en llegar. De esa forma, podría alejar mis dudas sobre aquel sueño repetitivo. Además, aquella pesadilla dejó de atormentarme por las noches. Imaginé que gracias a que ahora tenía vida social, aquella gran paranoilla había desaparecido de mi cabeza.

Con todo esto, me animé a hablar. Después de tanto tiempo me pareció extraña mi propia voz. No tardé en conseguir sonreír de vez en cuando, aunque de forma breve.
Ashley odiaba que yo fuera el centro de atención. Mejor dicho, me odiaba. Y era capaz de intentar atormentarme. Con frecuencia me empujaba por los pasillos, me tiraba los apuntes al suelo, me dirigía miradas terroríficas…
Ashley decretaba, y el resto cumplía.

Así eran y fueron sus normas. Si algo la estorbaba, lo apartaba. Sin embargo esta vez era distinto. Todas estaban encantadas conmigo, y mostraban cierta dulzura en general. A destacar, el afecto que conseguí con Alice. Pronto descubrí que la verdadera fama de víbora la debía de tener exclusivamente Ashley. Pero, ella tenía los hilos. Las demás se movían con ella, como ovejitas siguiendo al pastor. 

Poco a poco, como ya sabía que ocurriría, disminuía el grupo de chicas con el que tan a gusto estaba. Solo quedaba Alice. Pero ella caería tarde o temprano. La conocía muy bien. Ella era como yo antes, totalmente marginada por la sociedad, sin embargo que yo en mi cierto modo me sentía mucho mejor así y no hacía nada por cambiarlo en mi vida anterior. Alice lo había pasado muy mal. Le había costado mucho llegar hasta dónde había llegado. Ahora, verse otra vez en la misma situación suponía un acto de rebeldía innecesario contra la dictadura de Ashley. 

-Lo siento mucho Alex, pero sabes cómo es Ashley. Te ha cogido unos celos…No puedo luchar contra ella. Y quiere verte sola…No sabes lo diabólica que puede resultar. Debes de tener mucho cuidado. Pero en cuento te vea sola de nuevo y ella sea el centro de atención, te dejará en paz.

-Comprendo.-Me limité a decir agachando la cabeza.

-Oye, aún compartimos habitación. Cuando Ashley no esté presente aún podemos hablar. Y la biblioteca se queda vacía por la noche. Aunque no creo que quieras pasarte por allí…

-¿Por qué no iba a hacerlo?-Levanté la mirada para ver la amargura reflejada en sus ojos. 

-Volverás al bosque todas las noches. Desaparecerás en un parpadeo y allí estarás, bajo los árboles, como todas las noches antes de conocernos…

-¿Cómo sabes qué…?

-Eso no importa.-Pasó por allí cerca el grupo de Ashley y se produjo un silencio momentáneo. Le aguantó la mirada su líder hasta que se fueron.-Calla y atiende. Somos mucho más parecidas de lo que parece, ¿de acuerdo? ¿Podrías venir a la biblioteca esta noche?

-¿Pero…?

-¡Tú hazme caso!-Miró de nuevo al grupo de Ashley inquieta. Se dio cuenta de que había levantado la voz demasiado.-Voy intentar hacerlas entrar en razón. Nos vemos allí, ¡pero no tardes!

Se marchó en dirección al grupo. No sabía si exactamente debía acceder a su petición. Pero necesitaba saber. ¿En qué más son parecíamos? ¿Por qué tanta urgencia? Ciertamente no tenía ni idea.

Aquella noche dudé, en el pasillo había ido para hablar con ella. Hizo el amago de abrir la boca para contestarme, pero justo pasó por allí Ashley y le cerró la taquilla de un portazo. Alice se fue con unos libros que llevaba en los brazos, directa a la siguiente clase.
Finalmente me decidí. Mis pasos iban encaminados hacia aquella gran biblioteca, que al ser tan grande se situaba en un bloque a parte, cerca de los jardines del patio interno. Allí había montañas de libros, en los dos pisos que había. Alice era la encargada de la llave de la biblioteca. La directora confiaba en su responsabilidad como alumna de oro. Sólo ella tenía el poder de abrir y cerrar la biblioteca. De camino a la biblioteca comencé a unir cabos. Quizás ella tenía un libro interesante mágico para mí. Quizás ella conocía tan bien la magia como yo. Quizás, me había visto en el bosque haciendo algo más que ver la luna y dar de comer a gatos hambrientos. Quizás…

Y con tanto chanchullo, había olvidado el cristal. Escondido bajo una tabla de madera suelta, que estaba debajo de mi cama. Evidentemente la dejé allí cuando no había nadie. Pero no podía arriesgarme a que la vieran brillase con la luna-La cual, estaba llegando a su perfección.-por lo que no tardaría en volver.
Abrí lentamente la chirriona puerta, que a pesar de tener cristales para transparentar su interior, estaban muy viejos y llenos de una roña invencible. Por lo que tuve que esperar a llegar al interior, dónde había algo más de luz por las lámparas que habían apoyadas en las paredes de madera. Aquel lugar me recordaba a mi sótano, solo que más ordenado, con un número mayor de libros, más iluminación y mejor accesibilidad. Me llevé una decepción con la amplitud que esperaba viéndola desde fuera. Por dentro, aquella biblioteca se quedaba pequeña.
Allí estaba Alice, sentada en una de las mesas, con un montón de libros de gran grosor. Tenía también un libro que utilizaba, al parecer, para contrastar información o buscar significados. Quizás traducción de libros en latín o griego. Pero no lo iba a descubrir hasta que se lo preguntase. Una de las maderas que pisé crujió y eso la sobresaltó. Dejó aquello que estaba haciendo para devolverme una sonrisa, que al principio parecía más bien un gesto de amargura. Me descolocó un poco. No le busqué tantas explicaciones, porque Alice no se quedaba nunca hasta tan tarde, debía estar más que agotada.

-Qué bien que hayas venido.-Se incorporó y vino a mi encuentro.

-Alice…-La miré a los ojos, tratando de adivinar aquella amargura y ese extraño brillo en los ojos.- ¿Te ocurre algo?

-No. Bueno, quizás sea el estrés. O el cansancio.-Bostezó.- ¿Qué querías?
-¿Cómo? ¡Pero si tú me dijiste que…!

-Ah…Es cierto. Ven, ven. Tengo que enseñarte algo.-Bostezó de nuevo.- ¿Ves esos libros? Son muy raros, los vi en la biblioteca hace tiempo, pero no he podido descifrarlos. He probado con todos los diccionarios, pero no sé ni por dónde empezar, esa caligrafía no la había visto nunca. No le he dicho nada a la Directora, por si los tiraba o vete a saber qué…Ahí están. Llenos de polvo. Lo único que he podido leer es…-Bostezó otra vez, esta vez levantando los brazos y con más fuerza.

-Estás fatal.-Quise añadir.

-Bueno, no me acuerdo qué ponía. Míralo tú si eso…

-¿y por qué iba a saber yo lo que pone?

Buscó en su bolsillo y extrajo un papel doblado. Y me cogió la mano. Me lo dio y cerró mi mano con fuerza.

-Creo que te pertenece.-Concluyó.

Mis ojos se abrieron. Solo con el tacto podía averiguar que se trataba de una de las hojas del gran libro. Sí, aquel que ponía Karshia y que brillaba al pasar el dedo. 

La miré. Intrigada y con desconfianza. Mucha desconfianza. Todo aquel mundo había sido encerrado en mi mente, apartado, abandonado. ¿Por qué resurgía? ¿Qué sabía ella de todo esto?

-¿A qué viene todo esto, Alice?

Ella vaciló. Parecía estar muerta del sueño. Dudaba mucho después de aquella pregunta. Parecía no saber qué querer decirme. De pronto se escuchó un crujido de madera en el piso de arriba. Ella también se dio cuenta, pero lo intentó disimular. Parecía como si ese ruido la hubiese puesto alerta. Ella sabía muchas cosas, muchas más de las que imaginaba. Desconocía el límite, pero, sabía que no quería hablarlo por alguna razón en especial.

-Bueno, en realidad, no lo sé. Supongo que realmente no tiene importancia…En fin…Estoy muy cansada, creo que me despido de ti.-Bostezó una vez más.-Nos vemos mañana.

Acudió a abrazarme y me dijo al oído algo que jamás olvidaría.

-Soy una Sirena, ayúdame a ir a Kormun.

Iba a pedirle explicaciones, pero no me dio tiempo. Apareció el grupo de Ashley, que estaba escondido todo el rato, aguardando al momento idóneo.

-¡Corre!-Gritó Alice empujándome hacia la salida.

-¡Ven aquí mocosa!-Gritó Ashley corriendo hacia mí. 

Yo eché a correr todo lo que pude. Aunque me había pillado por sorpresa. Sin embargo, por mucho esfuerzo que hiciese, no pude salir de allí. Estaba Jennifer con las llaves en las manos y había cerrado la puerta. Se formó un corro alrededor de mí, no encontré la escapatoria. Alice se acercó corriendo.

-¡Dejadla en paz! ¡Ashley! ¡No ha hecho nada malo!

-Calla imbécil.-Se giró hacia ella y la empujó, dejándola caer al suelo.- Sucia rata traidora…-Luego la levantó de sus cabellos largos y castaños.- ¡Debiste habernos hecho caso cuándo te lo dijimos!

Sentí una impotencia increíble. Ver a Alice así, no me resultó nada agradable.

-¡Oye, tú! ¡Deja de meterte con ella!

Se giró con una sonrisa, mostrando lo divertida que le parecía la situación. Ella echó a reír, y todas la acompañaron excepto Alice y yo.
-¿Qué pasa? ¿Quieres que te peguemos a ti mejor?

Comencé a sentirme ofendida. En ese instante me quitaron las gafas. Hice esfuerzos por cogerlas, pero comenzaron a pasárselas unas a otras dejándome como una idiota. Sus carcajadas ahora eran desproporcionadas. A una se le cayeron mis gafas al suelo y las pisó para terminar de romperlas.

-¡Ups!

-¿Qué os he hecho para merecer esto?-Quise saber. Miré las caras de todas y no las recocía, a excepción de la de Ashley y la de Alice. Ashley seguía teniendo la misma cara de víbora. Pero Alice…tenía unos ojos llorosos, como si ella estuviese en mi piel, sufriendo. Pero suponía que aquello no era ni más de la mitad de lo que me esperaba.-Sois repugnantes.

-¿En serio?-Agitó sus cabellos rubios, bien recogidos en una coleta. Sonrió y me empujó hacia Jennifer. Ésta me empujó hacia Cloe, lo hicieron tantas veces que caí mareada al suelo.

-¡Parad!-Suplicó Alice.

-Aún no hemos acabado.-Entonces Mandy me lanzó un cubo de agua. Acabé en el suelo resbalada. Aquella caída dolía tanto que pensé que me había roto algún hueso. Pero la tortura no había terminado. Me estiraron del pelo con brutalidad.

-Tú lo has querido.-Todas me propinaron patadas por todo el cuerpo. Grité de dolor pero no sirvió de nada. Alice ya no acudía a defenderme, y dudaba de que aún estuviese por allí. Aunque no escuché a Alice, si que escuché a Nana.

-Oye, yo creo que ya está chicas…-Todas pararon excepto Ashley. 

-¡Aún no!-Protestó Ashley.

-¡Ya vale Ashley!-Exclamó Jennifer cogiéndola de los hombros y retirándola hacia atrás.

Ashley se giró hacia Jennifer desafiante, todas agacharon la cabeza.

-Cobardes…-Gruñó Ashley.

 Me lanzó una última mirada perturbadora.

-Tú morirás.-Hizo una pausa.-Pero no te mataremos nosotras, te suicidarás tú para dejar de huir de mí. Te aseguro, que voy a ser tu peor pesadilla. ¡Morirás!

Terminó su frase con una última patada, con la que me estremecí con un sollozo. Se esfumaron de la biblioteca. No sin antes dedicarles las siguientes palabras a Alice, que observaba la escena a una distancia prudente.

-Y si se te ocurre decir algo Alice, te aseguro que tú también estarás muerta.-Concluyó.

Entre gimoteos, me retorcí en el suelo, tampoco podía ver bien. Las gafas estaban rotas en aquel suelo de madera viejo. 

-Lo siento mucho Alex, de verdad…-Intentó secarme el rostro, con prudencia. Aunque lo hizo delicadamente, aquel gesto me retorció más aún de dolor.

-Me has traicionado…Alice…-pude decir, aunque no sin dificultad.

-Lo siento. Intenté a vistarte pero...-Repitió.

Me ayudó a llegar al piso de arriba de la biblioteca. Dijo que allí dormiría mejor que en el bosque, y desde luego, mucho mejor que en la habitación compartida. Me proporcionó ropa nueva y un viejo secador para que me secase.

-No tuve más elección Alex. Traté de mentirles, pero ya era tarde. Ya sabían que…

La ignoré, me asumí en mis pensamientos y en el dolor más profundo de mis magulladuras. Pero ninguna me dolía tanto como la de haber sido engañada.

-¿Me ayudarás a salir de la tierra?

-Depende.

-¿De qué?-Quiso saber con la emoción fluyendo por sus venas.

-¿Qué sabes de Karshia, de Kormun y sobre los cristales mágicos?

-Ah, entiendo, quieres informarte.-Asumió ladeando la cabeza y una leve sonrisa.- Pues, no gran cosa. Hace unos años venía a este centro una enana. No en tono ofensivo, era una enana. Su familia quedó años y años atrás atrapada en la tierra cuando desapareció del mapa Karshia. Encontró un cristalito de esos, descubrió hechizos increíbles que ella me enseñaba. Con ese cristal podía entender cualquier idioma inhóspito. Yo nací sirena. Cuando mi madre me dio a luz, en privado, nací con cola de pez. Tenían el presentimiento de que nacería con esa deformidad. Mi madre era también una sirena y mi abuela. Bueno, había otros vecinos que poseían un cristal. Todo el mundo acudía a ellos. Bueno, todo ser mágico que habita aquí, en la tierra. Al ser un cristal con gran poder mágico acumulado, y la tierra tan pobre en ese aspecto…Es mucho más fácil encontrar un cristal. Pues esos vecinos utilizan ese cristal para ayudar a la gente. Nosotros necesitamos camuflarnos, hay seres que por sus características no pueden ni tan siquiera eso. Pero en mi caso hubo suerte, solo había que hechizar de caderas hacia abajo.

-Ya, ¿Pero, qué hay de esos cristales? ¿Y de Kormun? ¿Llegaron a volver?

-Oh…Yo no he visto nunca Kormun. Y lamentablemente mis padres tampoco. Pero hay una leyenda que todo ser mágico conoce. Dicen que Vertuk era el protector de Karsh…

-Sí, eso lo sé.-Corté tajantemente, a lo que ella bajó la mirada ofendida.-Me he leído el gran libro que cuando pasas la mano se ilumina y blah blah blah.

Enmudeció.

-¿Ocurre algo?-Quise saber preguntándome si había dicho algo fuera de lo normal.

-No es posible. Ese libro desapareció hace años. Es un libro sagrado… ¿Dónde lo encontraste? ¿Qué hiciste con él? ¿Qué decía?

-¡Eso qué importa! Necesito saber qué fue de esos cristales.
Calló y su entusiasmo por la existencia del libro se frenó rápido.

-Aquella chica intentó buscar a sus verdaderos padres en Kormun. Aunque lo más lógico habría sido buscarlos en la tierra ya que la división fue hace años, muchos años. Yo le dije que para poder viajar hacía algo más que un cristal. Que debía estudiar bien cómo debía hacerlo. Pero no me quiso escuchar. Y ella desapareció de la nada. Pero el cristal cayó al suelo.

-¿Entonces lo logró?-Quise saber prestando algo más de atención.

-No lo sé. Pero cogí el cristal.-Lo extrajo del bolsillo y me lo acercó. Puse todos mis sentidos en aquel cristal. Acepté cogerlo con mis manos.-No he querido usarlo. No, después de lo que le ocurrió a Nateff. 

Contemplé la belleza de ese cristal. Mostraba paisajes que jamás había visto en el reflejo del que yo poseía. Entonces me arrepentí de no haberme traído el mío. Palpé en mis bolsillos por si había suerte, pero no lo encontré. 

-Tranquila, sabía dónde lo guardabas. Cuando te habías ido de la habitación lo cogí.-Lo sacó del bolsillo.-Era  mejor así, si no ellas lo habrían encontrado por la noche y habría sido peor.

No supe que decir. Si sentirme atacada por la falta de intimidad respecto a mis cosas y dónde las guardaba, o si agradecida por lo que podría haber pasado si ellas…

-Gracias.-Me limité a decir.

-¿Y bien?…Sabes cómo llegar, ¿no?

-¿A Kormun? No, bueno…quizás. 

-Estos libros tienen la respuesta, pero Nateff no los acabó.-Cogió un libro de los que habían apilados encima de la mesa.-No creo que pasara de la primera hoja. Espero que tú puedas leer algo más.

Lo contemplé pensativa, era de gran grosor, pero acepté el reto con gusto. 

-¿Por qué no utilizaste el cristal para leer?

-No quise usarlo, le tengo miedo. Pero como sabía que era peligroso si caía en malas manos, en especial manos no-mágicas, lo guardé.

Asentí con la cabeza aprobando su decisión. La admiraba por aguantar aquella tentación de usarlo.

-Alex, no todo el mundo puede usar el cristal. Pero…Parece que tu cristal te ha escogido a ti.-Dijo observando con interés el cristal, que flotaba en la sala hacia mí.

Aquella noche, me maldije por haber decidido cambiar mi suerte. Me maldije porque por mi estúpida idea me había buscado la ruina. Era una estúpida ilusa. Me dormí en un sillón, acurrucada con una manta junto a una ventana. Ahora tenía frío, tenía que esconderme de un grupo de chicas y tenía el cuerpo lleno de moratones.
No pude ver la luna, pero sí las nubes que estaban empezando a mostrar unos copos mucho más grandes.

Aquello no quedaría así. Ya les había jurado…

-Vendetta.

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