sábado, 16 de junio de 2012

2.Libros polvorientos.


Una y otra vez, aquella pesadilla invadía mis pensamientos y recorría los recovecos de mi mente a su placer. Sabía que en el fondo era eso, simplemente una pesadilla. Aún así, en aquel bosque, esa bestia atroz me rondaba hasta que tropezaba y era su presa fácil. Cada vez, aquella pesadilla era mucho más real y creíble. Había perdido la cuenta de cuántas veces llevaba soñando con ello. Una y otra vez. Quizás, esto carecería de importancia si yo realmente fuera una chica normal. No lo era, en absoluto. Se podría decir que desde bien pequeña me uní fuertemente un vínculo fantástico. Comenzó con un kit de cómo ser un mago que me regaló mi madre tiempo atrás. Luego mirando fijamente los objetos para tratar de desplazarlos a mi placer, cosa que me producía unos tremendos dolores de cabeza. Pero sin duda, aquello que ayudó a que continuase creyendo del mismo modo, fueron las adivinaciones. Por las noches tenía sueños que luego se hacían reales al cabo de un tiempo. Quizás no exactamente como soñaba, pero pensé que eso debía de tratarse de que necesitaba mucha práctica para alcanzar la perfección en mis predicciones. Sin embargo, esta pesadilla era mucho más terca. Jamás había soñado algo con tanta perseverancia e intensidad. Además que yo antes, solía soñar con cosas mucho más normales y cotidianas. Por esa razón, se me ponían los pelos como escarpias solo de pensar en que llegaría el día en el que me encontraría cara a cara con el monstruo.  
-Alexandra Violet Hudson, ¿le importaría venir un momento?-Me llamaba mi abuela desde el comedor, provocando un eco que el imperial silencio que reinaba en la casa se disolviese.
Me apresuré en bajar las escaleras de aquella mansión regia. Estaba decorada al detalle, con un gusto exquisito, aunque un poco antiguo para mi gusto. Todas las alfombras, los candelabros, las mesitas, los pomos de las puertas, las cortinas, las paredes forradas de papel…
La gatita Mimí me siguió el paso, bajando las escaleras a mi lado. Mimí era una gata blanca, gorda y peluda. Llevaba un collar rosa, con cristales incrustados y un cascabel plateado. Era una gatita muy cariñosa, pero cuando mi abuela la ponía en su regazo se volvía arisca y violenta. Seguramente, mi abuela la acariciaba demasiado, tanto que debía agobiar al pobre animal. Yo pensaba que algún día inesperado aparecería sin pelo, como uno de esos gatos pellejudos que parecen ratas.
Al fin, alcancé el lugar donde mi abuela reposaba majestuosa en su gran sillón de piel. Mi abuelo no estaba, seguramente había ido de caza con su amigo. Mi abuela se quedaba en la mansión esperando su llegada, tejiendo jerséis para el invierno o viendo su culebrón favorito en la televisión. Pero sabía que no llegaría ni tan siquiera para cenar. Nunca llegaba a tiempo, y siempre decía lo mismo: “No tardaré mucho”. Mi abuela al principio se enfadaba con constancia cuando eso ocurría. Recorría angustiada la casa como un animal enjaulado. También maldecía con palabrejas cultas a mi abuelo. Pero nunca llegamos a oírla insultar con farándulas de barrio bajo, como ella misma lo llamaba.
Mi abuela llegó a acostumbrarse de la situación en la que vivíamos casi todos los días. Dejó de pasear por la casa inquieta, dejó de mostrar su enfado. Comenzó a serenarse, aunque de un modo algo más melancólico. A partir de ahí, comenzó a mostrarse más malhumorada con los demás y con mucha más frecuencia. Luego se sentaba en su sillón, y pasaba las horas mirando el fuego en invierno. En verano, se sentaba orientada hacia la ventana que daba a los jardines. En esos momentos de soledad, por mucho que había intentado alentarla en algunas ocasiones, mi compañía no era bien recibida. La única que podía suponer un apoyo para mi abuela era la gatita Mimí. Por ello, la quería y apreciaba tanto. Era una amiga, a la cual le contaba sus preocupaciones y cosas del día a día. Así que daba todo su cariño en aquellas caricias tan exageradas que agobiaban al indefenso animal.
Al ver a Mimí a mi lado, mi abuela la llamó. Sin embargo ella se refugió detrás de mí, ignorándola por completo. Hizo de nuevo una mueca de amargura. Luego me miró a mí, con una ojeada seria y constante. Parecía estar rumiando algo en su cabeza que deseaba contarme de un momento a otro. Mi abuela no era nada cariñosa conmigo. Pensé que igual solo me había llamado para hacerla compañía, aunque ella nunca la había tratado como si realmente fuese su abuela. Todo lo contrario, solía mantenerla muy ocupada haciendo tareas de la casa. Aunque era una chica aplicada a mis estudios, siempre que traía la buena noticia no recibía ni tan siquiera una sonrisa.
Yo creía que mi abuela me odiaba con toda su alma o que incluso pensaba que todo aquello era por mi culpa. Desde aquel día que había ido a dormir a casa de una amiga, al día siguiente acudieron a recogerme y nadie volvió a saber nada de ellos. Cuando me enteré de la noticia fue un golpe muy duro. Mi abuela me ofreció su mansión para vivir, pero nunca esa decisión había sido de su agrado. Ella decía que era una niña muy rara y endemoniada. Tanto me lo decía, que me preguntaba por qué razón aceptaría quedarse conmigo. Quizás sentía compasión, quizás le recordaba a mi madre. Pero con los años le dominó la amargura hasta llegar el momento en el que yo solo parecía un fantasma errante recorriendo los pasillos con los retratos familiares, trasteando en habitaciones de invitados, bajando al sótano para buscar en los baúles empolvados por el tiempo y el olvido, curioseando los jardines exteriores de la gran casa… Mi abuelo no sabría decir a ciencia cierta si realmente  era peor o algo mejor, porque él ni tan siquiera parecía importarle que estuviera por allí. A veces ni se acordaba de que vivía en aquella casa. Sin embargo, no podía hacer nada para evitar esa triste realidad que envolvía todos los días de mi vida. Ya estaba más que habituada, asique los tratos afectivos de mis padres quedaron enterrados por años de martirio. 
-Alexandra, tome asiento a mi lado por favor.
Asentí con la cabeza y con la misma brevedad tomé asiento tal y como ella quiso en ese momento, a su lado en aquel gran sillón anticuado y extremadamente detallado en sus bordes dorados. Los mismos bordes dorados que se incrustaban en las piernas y los brazos.
-Parece ser que Oxford desea que estudies allí, dígame... ¿Realizaste una prueba de acceso sin mi permiso?
-La realizamos todas, nuestro internado tiene un nivel muy alto. Tanto que a la universidad de Oxford le ha parecido…
-No es el único centro que ha aceptado tu solicitud. Lo curioso es…-Entonces tomó un fajo de cartas y comenzó a depositar una por una en una mesita que había al lado.- Que todas éstas, son extranjeras. 
Al terminar de depositar las cartas me lanzó una mirada autoritaria y sagaz. Comprendí que no podría hacer nada para ocultarlo. Engañar a mi abuela era como intentar vivir sin respirar. Sí, igual de imposible.
-¿Acaso desea usted salir de esta casa? ¿Sabe lo que cuesta mantenerla? No tengo la más mínima obligación de hacerlo, y lo estoy haciendo. A mis setenta y un años estoy criando a una niña y yo ya no tengo edad para eso. Oiga, si realmente no le interesa su estancia en esta casa, puede ir camino a la puerta y desaparecer. No la necesitamos. Es más, a veces su comportamiento resulta estridente e inadecuado. No parece usted una señorita, debería empezar a madurar y comportarse como tal.
Agaché la cabeza, pero no tardó en protestar por ese gesto y me obligó a volverla a levantar y mirarla a los ojos. Continuó su charla, que poco a poco fue imposible de seguir. Suspiré y volvió a alterarse.
Entonces Mimí se subió a mis piernas para buscar mi regazo. Otra mirada de mi abuela, esta vez, conteniendo una ira casi explosiva dentro de su ser.
-Mire, usted va a continuar sus estudios en un internado femenino y se acabó la tontería.
-¡Pero abuela! ¡Usted no lo entiende! Estoy harta de compartir habitación con chicas que lo único que buscan es mi ruina.
-¡No me levante la voz señorita! 
Lo cierto era que llevaba casi toda mi vida en internados femeninos, al menos desde que vivía con mi abuela. Compartía habitación con chicas que se desentendían de mi o algunas que seguramente no soportaban mi existencia. Cuando tenía la oportunidad, me escaqueaba de aquellos internados para dormir en los alrededores. Tenía un fuerte vínculo con la naturaleza, y todo aquello que creado por el ser humano, incluido el ser humano, me resultaba lacio. 
-Como me entere yo de que intentas entrar otra vez en un centro educativo sin mi previa consulta y consentimiento, se te va a caer el pelo.
 Me mandó castigada a mi cuarto, sin perder la compostura, pero irradiando desprecio y rabia. Me lo tomé como una reacción normal, era como solía tratarme todos los días por lo que no vi nada pasmoso.
Mimí me acompañó, ignorando de nuevo que mi abuela la llamaba. Pero no fuimos a mi cuarto como ella me había ordenado. Fuimos a escondidas al sótano de la casa.
Abrí la puerta, que rechinó como en las películas de terror. Bajamos las escaleras, que estaban sucias y viejas. Al llegar, el pequeño tragaluz nos iluminó un poco mejor el camino. Aquel lugar era mágico; era una macedonia de trastos antiguos que hoy en día ni se sabían de su existencia por el paso del tiempo y montañas de libros que ni sabía de qué eran. Paseé mi mano por las estanterías para ver qué podía leerme esta vez. Había cosas interesantes, y cosas aburridas. Una vez encontré el diario de una mujer que debía ser mi tatarabuela o algo similar. Todo sin embargo, tenía una conexión. Un libro te llevaba a otro, y el otro al de al lado. Así estaban ordenados en las estanterías. De pronto un estruendo me asustó. Era Mimí, que había tirado una caja al suelo. La acaricié y recogí la caja del suelo, ya que pensaba que podía haber sido algo de más valor y así también la tranquilicé a ella. Me entró cierta curiosidad y quise ver el contenido de esa caja polvorienta y deteriorada. No fue fácil abrirla. Tuve que usar mi imaginación y mi maña para poder abrirla. En su interior había de todo: Había cuadernos de anotaciones, hojas sueltas, libros de gran grosor, objetos extraños que no había visto antes…Algunas anotaciones contenían criaturas extrañas, que incluían unos dibujos con perspectivas detalladas de las bestias. Me pregunté si encontraría algo que coincidiese con la pesadilla que tenía todas las noches. Sin embargo no pude encontrarlo porque había páginas que estaban rotas y les faltaba información, o algunas que directamente estaban arrancadas. La caja también contenía un mapa viejo y arrugado, que me costó bastante desplegar evitando que se rajase. No se parecía en nada a ningún continente existente, lo miré con curiosidad pero lo acabé ignorando. Justo cuando iba a cerrar la caja con todos esos trastos dentro con cierta desilusión, un brillo especial surgió desde el interior de ella. La vacié de nuevo entonces, con cautela y una renovada curiosidad. Aquel brillo azulado pude diferenciarlo mejor cuando lo extraje de la caja; Era un cristal. Lejos de ser un cristal corriente, aquel poseía brillo propio. Y, fijándome bien, en su interior parecía verse algo. En ese cristal, pude apreciar paisajes inéditos, criaturas volubles, artilugios chocantes, arquitecturas particulares...Parpadeé perpleja. Lo mejor de todo, y que más me sorprendió, fue que el cristal flotaba en mi mano a los pocos segundos de sostenerlo con la palma abierta. Un olor espeluznante surgía del interior de la caja. Entonces la miré de nuevo y extraje lo que había en el fondo. Pesaba y olía fatal. Mimí, mostró un interés por el libro que me pareció extraordinario. Cuando pude diferenciarlo mejor, vi que la portada estaba escrita en una lengua extraña. Con jeroglíficos y garabatos extraños. Lo único que intenté y pude leer era la palabra principal de en medio; Karshia.
Al pasar el dedo por la tapa, dejaba una estela azulona iluminada, que se difuminaba al dejar el contacto con el libro. Me sobresalté y me quedé con la boca abierta. No entendí nada. Todo aquello era tan extraño y ajeno al mundo real, que produjo un incremento de mi interés. Era totalmente sorprendente, y me preguntaba cómo había llegado ese libro a aquel sótano.
-¿Qué clase de libro es este?-Me pregunté mientras me temblaban las manos de miedo y alegría a la vez. Toda mi vida, desde pequeña, soñaba despierta con que me ocurriese algún suceso sobrenatural, ya que creía que la magia y la imaginación eran mucho mejor que la realidad. Paseé mi dedo por la portada, fijándome bien en aquella estela.
Abriendo la primera página no entendí nada, fui pasando las hojas que se iluminaban con el contacto de mis dedos. Mis ojos deberían estar en ese momento radiantes de expectación. Necesité pellizcarme para comprobar que estaba viviéndolo de verdad. Una de las páginas provocó que dejase caer el libro exclamando de la sorpresa, y del terror. Me tapé las manos con la boca. Había encontrado las hojas de los cuadernos que faltaban. Estaban puestas entre esas dos hojas del libro. Y digo estaban, porque al soltarlo de golpe salieron desperdigadas unas por un sitio y otras por otro. Al pasar unos segundos, quise recuperar esa página, la busqué por el suelo pero no la encontraba. En ese instante sonó la voz de mi abuela, que parecía estar intentando abrir la puerta del sótano. Por suerte, parecía atascada. Me di prisa para guarda las hojas en aquel libro, todas las cosas en aquella caja y el cristal…Me quedé mirándolo y dudé por un instante. Finalmente me lo guardé en el bolsillo. Aquella caja la escondí debajo de una mesa, tapada por baúles polvorientos y mantas viejas que estaban por ahí totalmente olvidadas. Mimí se introdujo entre dos estanterías, yo la llamé por lo bajo pero no me hizo caso alguno. Preocupada por lo que podría pasarle a Mimí, y a mi si la abuela lo supiera, la seguí con dificultad. Al pasar aproximé aquellas estanterías lo máximo posible y seguí a Mimí por aquel misterioso laberinto de estanterías, en las que cada vez rebosaban más los libros y cada vez de mayor grosor, y al parecer, antigüedad. Mi abuela logró entonces abrir la puerta, porque pude diferenciar mejor como me llamaba bastante enojada. Me di prisa en seguir a Mimí, que se paró delante de una puerta. Mimí esperaba a que abriese la puerta. Mimí era muy lista; se sabía todos los escondrijos, accesos viejos, pasadizos y cosas similares de la casa. Además, a diferencia de mi, poseía un gran sentido de la orientación. Más de una vez me salvaba de una regañina gorda de la abuela. Incluso, era con la única con la que tenía cariño. Era mi única amiga, mi verdadera familia. Más que cualquier humano, consideraba que Mimí sabía escucharme y atenderme. Incluso me comprendía. La apreciaba, porque era una gatita excepcional y fiel. 
Antes de que la abuela lograse bajar todas las escaleras, yo ya había cerrado aquella puerta, cuidadosamente para que no se escuchase el chirrido que hacía al cerrarse. Esa puerta llevaba a una escalera interna de caracol. La subí con Mimí en brazos para evitar que se lastimara las patitas, enganchándose en uno de los huecos que tenía su estructura metálica. Aquella puerta me llevó a otras puertas de la casa, sin embargo estaban cerradas con llave o ni si quiera había opción de abrirlas. Subí hasta que Mimí comenzó a maullar. Eso significaba que esa era la puerta que debía de tomar. Al abrirla, me encontré con otra pared. Con algo de ayuda de Mimí y sus señalizaciones mediante zarpazos, logré recordar la forma de encontrar la puertecita por la que salir. Aquello, era el armario de mi habitación. No era la primera vez que entraba por allí y lograba burlar la vigilancia de la abuela. Cerré las puertas del armario y me tumbé en mi cama. Mimí acudió a mi encuentro, llenándome de pelos blancos la cama. Comenzó a ronronear cuando le acaricié entre las dos orejas.
-Esto dejará de ser divertido cuando nos pille.-Esbocé una sonrisa cuando Mimí comenzó a cerrar sus ojos.
Ahora que había escapado de la regañina de la abuela, leería algún libro de los que tenía por mi estantería. Por desgracia, hoy no lo leería con tantas expectativas después de aquello que había presenciado en el sótano. Debía volver a por ese libro, debía hacerlo. Podría investigar aquella extraña lengua, con sus jeroglíficos y sus dibujos explicativos. También, podría recuperar las hojas que faltaban de aquellos documentos tan valiosos. Pero el miedo volvió a encarnarse en mi piel, como en mis pesadillas diarias, cuando se me pasó por la cabeza la idea de que aquella criatura pudiese existir de verdad. Mi prisa por encontrar todo aquel contenido de aquella caja aumentó. Quizás, si existiera correría peligro. Y de ser eso cierto, prefería no saber nada de esa criatura tan sañuda. En cambio, si estudiaba a fondo aquella criatura podría tener alguna probabilidad de encontrar la forma de escapar de sus garras, en caso de que ninguna lechuza acudiese a mi rescate. Incluso, podría llegar a exterminarla. Ir en su búsqueda y acabar con mis pesadillas. Me apreció la opción más acertada. Además, no podía evitar aquella irresistible tentación de curiosear objetos mágicos sobrenaturales. Lo deseaba desde que era una niña, y ahora que había llegado la hora no pensaba dejar escapar aquella aventura fantástica.
Extraje cuidadosamente aquel cristal de mi bolsillo. Lo puse en la palma de mi mano y comenzó a flotar sobre ella, dejándome ver ese brillo azulado en todo su esplendor.
Mimí contempló, como yo, aquel cristal. Ladeó su cabeza y movió la cola de forma elegante. 
-¿Me acompañarás mañana a por ese libro, Mimí?
La gatita maulló y me miró. Luego me lamió la mano y sugirió que le acariciase, pasando por debajo de la mano que me quedaba libre.
-De acuerdo, trato hecho.-Comencé a acariciarla y Mimí volvió a entornar sus ojos.-Yo te doy mañana doble ración de esas galletitas que tanto te gustan, y a cambio, me acompañas.
Volví a guardarme el cristal en el bolsillo. Al poco rato de leer el libro que había seleccionado de mi estantería, me había quedado completamente dormida.