sábado, 26 de mayo de 2012

1.El presagio.


El helor de la noche hizo que me estremeciese y me maldijese por olvidarme de algo tan básico como una chaqueta en invierno. El silencio era abrumador y la oscuridad era casi total, la luna llena estaba tapada por las nubes. Sin embargo, tiritando, continué caminando a ninguna parte. Había una gran cantidad de árboles de altura magníficamente vertiginosa, todos ellos bañados en una capa blanquecina, siendo privados de su color original. Algo en aquel bosque no era normal, era todo muy distinto. Sentía como los árboles se comunicaban conmigo y como los seres nocturnos dueños de ese bosque, me observaban desde las penumbras. Había algo que me llamaba en mi interior hacia el corazón del bosque. 

Pronto comencé a sentir un ruido de cadenas chirriantes que hacía eco por todo el bosque. También me percaté de su presencia. Miré de un lado a otro sin obtener resultado. Cada vez era mucho más perceptible y cercano. Mis latidos se aceleraron, apresuré poco a poco mis pasos. Empecé a sentir la mirada fulminante en mi nuca de aquella criatura. Le escuché gritar con un desagarro de lamento y de ira que surgía de su interior. Ladeé mi cabeza por un momento. Unos ojos entre las sombras me atravesaron como una bala. Vi en ese ser, la destrucción. Lanzó otro grito, esta vez, el grito que comenzaría su cacería. La criatura se desató en furia persiguiéndome rauda y tosca a cuatro patas. Yo corrí como nunca lo había hecho, dando todo lo que podía hacer para salvar mi vida aquella noche. Aún no sabía ni qué era aquella cosa monstruosa, ni quería saberlo.  Por suerte, aquella criatura parecía costarle alcanzarme, y tropezaba de vez en cuando en la oscuridad con los árboles. Podía deducirlo por el numeroso número de veces que se escuchaban aquellas cadenas y sus gimoteos. 
 Llegué a un claro del bosque, con la mala pata de tropezar con una raíz oculta entre la maleza nevada. Mi pie quedó atrapado, y ya no podía moverme. Pronto, la criatura aprovechó y se aproximó a mí. Bajo la luz de la luna, que ahora no era interferida por el bosque, la monstruosa bestia se mostró ante mis ojos, ahora mucho más cristalinos. Era turbadora, deforme y calva. Tenía bultos que sobresalían por su cuerpo y parecían palpitar como un corazón. Éstos parecían formar un líquido viscoso de color violeta. Sus extremidades eran confusas, tenía unas patas traseras que eran como las de la fisionomía humana, que se flexionaban al revés. Las extremidades delanteras eran desiguales, y también atrofiadas. Era casi blanco pálido, se le transparentaban las venas que eran violetas, como el líquido que salía de aquellos volcanes de su cuerpo. Tenía colmillos que sobresalían de su boca, parecía tener la mandíbula desnivelada. Poseía cuernos por algunas partes de la cara. También pude ver que de su columna sobresalía una hilera peluda que se prolongaba hacia abajo hasta formar una cola desmenuzada. Llevaba unas cadenas, que por su flaqueza, había supuesto un impedimento más para alcanzarme. Se le marcaban sus costillas, que parecían puntiagudas y muy finas. Había una marca en su pobre pecho huesudo, era un símbolo que no reconocí. Sus garras eran totalmente negras.  Sus ojos hundidos y de viejo, totalmente negros. Éstos se hicieron mucho más grandes con la luz de la luna, como lupas, me observaron.   

El miedo encarnó todas las fracciones de mi faz. A punto de romper a llorar en lágrimas y llantos contenidos, la criatura me examinó con su mirada una última vez. Exclamó mostrando toda furia, sus dientes y su lengua bífida. Aquella marca que tenía en el pecho se iluminó por completo con ese tono liliáceo que se transparentaba por todo su morfología. Acto seguido su olor putrefacto me golpeó de lleno, deseando morir en ese instante. La criatura extendió su brazo hacia el mío. Intenté retroceder, pero el pie seguí enganchado bajo la nieve, cada vez helándose más. Ya tenía las manos moradas del frío, los labios rotos, los ojos cansados, y empezaban a fallarme las fuerzas. Apresada, totalmente inmóvil, la criatura consiguió agazapar mi brazo de un tirón brusco. Apretó con sus garras en mi muñeca. Comencé a sentir el dolor fluyendo desde su mano hasta mi piel. Su marca se iluminó más aún, y mi muñeca también se iluminó. Mis venas parecían estar tornándose violetas, mi piel estaba transparentándose. Sus garras se ceñía demasiado, incluso llegó a punzarlas sobre mí, por lo que mi sangre manchó su piel. Debió ocurrir algo, que le puso furioso. Observó mi sangre. Tomó una muestra con su otra extremidad y la olió. También la saboreó. Pero entonces exclamó y apretó  con más fuerza para intentar extraer mucha más sangre. Grité con todas mis fuerzas, intenté escapar de nuevo pero no pude. Mi sangre ahora goteaba tímidamente manchando el manto blanco del bosque. La marca de su pecho se estaba quedando grabada en mi muñeca. La criatura estaba totalmente frenética, Ahora ya ni se molestaba en servirse de mi sangre con su extremidad deforme libre, ahora con su lengua bífida surcaba la piel de mi muñeca. Comenzó a lamer más y más parte de mi cuerpo, ampliando sus límites. Estaba cada vez más rabiosa y al parecer más encelada.  También parecía muy confusa. No entendí nada, no pude entenderlo. Pero no podía escapar. Me tenía bien atrapada. Me tumbó de un empujón con la otra mano sobre la nieve y se puso encima de mí. Comenzó a lamer y a lamer, y luego de dio otro ataque de furia y apretó más sus garras. Se aproximó a mí yugular, y sentí su respiración desenfrenada. Luego la sentí en mi abdomen. Me pareció verla sonreír. Yo seguí intentando espantar a aquella bestia como fuese, pero su demacrado aspecto era timador. 
La criatura alejó su cabeza y se impulsó con la boca abierta para morder mi barriga. Pero entonces, otro ruido, a parte de sus constantes gemidos y mis inútiles chillidos que hacían eco por todo el bosque,  se hizo prolongar en aquel bosque. En menos de un segundo, la criatura monstruosa  sufrió el ataque de otra en su cabeza. Esto la echó a atrás. Entonces pude reconocerla. Era una lechuza gris. Le había arañado toda la cara, y arrancado uno de sus ojos. Con la lechuza atacando, yo aproveché para forcejear y escapar. El resultado fue la victoria. El ave Luchó con fuerza y astucia, aprovechando sus alas para movimientos mucho más rápidos. Entonces comenzó a clavarle las garras por los tumores que poseía todo su cuerpo. Comenzó a desangrarse y teñir toda la nieve de alrededor. La criatura deforme salió huyendo de los ataques de la lechuza, ahora herida y con movimientos mucho más torpes.  Una vez lejos de aquella criatura, contemplé mi brazo.  Tenía los agujeros que habían dejado las garras de aquel animal, mi sangre se estaba volviendo violeta y la marca estaba incompleta, pero desprendía luz propia como la de la bestia. Tirité de frío, de miedo, de dolor, de agotamiento. 

El ave me observaba entonces apoyado en una rama de un árbol. Hizo un movimiento con la cabeza y emprendió de nuevo en vuelo. Aterrizó en la nieve. Con dificultad, la lechuza de plumaje gris y ojos color miel, agarró mi pantalón con su pico y me empujó hacia la dirección contraria a la que se había ido aquel salvaje. Una vez le seguí los pasos a aquella curiosa criatura, ésta dejó de picotear mi pantalón. Me guió hasta las entrañas del bosque. Sin embargo parecía que el lugar no era muy lejano, porque al rato de andar, se paró delante de un rio. Se quedó de frente a él y bebió agua. Pero esa agua no era tampoco normal. Bajo la luz de la luna, desprendía luz azulada, además de estar casi helado. De hecho, parecía que esa agua retara a la ley de la gravedad, porque en ocasiones se veía como algunas gotas se desprendían de la corriente del río y se elevaban flotando alrededor de éste con luz en su contorno. El ave acudió a mi lado y me hizo movimientos con la cabeza que indicaban que le acercase el brazo. O al menos eso creí. Le aproximé mi brazo, y él mojó éste con unas gotitas de su pico que se resbalaron con timidez. Cuando cayeron, mis heridas sanaron por completo. Entonces parpadeé perpleja, el dolor que me estaba matando, y la sangre que me estaba cambiando volvió a su estado normal. Sin embargo la marca no se borró del todo. A la luz de la luna aún se veía, pero en la penumbra no. Lo pude comprobar por los filos hilos de luz que se filtraban entre las copas de los árboles, que también hacían sombra. Me fijé en el ave, que me pareció verlo sonreír. Entonces quise acercarme a observarlo mejor. Traté de alcanzarlo con mi mano para acariciarlo pero éste retrocedió y emprendió el vuelo. Yo le seguí, guiada por la gratitud, la curiosidad y la incertidumbre. Acabamos en un lago, dónde pude ver con mis ojos que se introdujo dentro del lago al caer en picado justo donde la luna llena se reflejaba en él. Y desapareció. Así sin más. Parpadeé perpleja, sin dar crédito a lo que había presenciado.